martes, 23 de octubre de 2012

Paciencia - I


A las pocas semanas de nacer, los pájaros vuelan, los patos nadan, los gatos salen a cazar. A los quince minutos de haber salido a la luz, una llama ya se pone de pie y comienza a caminar detrás de su madre cordille­ra arriba. No necesitan aprender a caminar, volar, na­dar, cazar. Por el mero hecho de existir, disponen de todos los resortes necesarios para defenderse y sobrevivir. Se podría decir que todas las técnicas vienen elabo­radas en las entrañas de su organismo; las traen apren­didas sin necesidad de entrenamiento: es el equipo instintivo, que los conduce certeramente por los cami­nos de la supervivencia.
            No sucede así con el hombre. Una vez nacida, la criatura humana es el ser más desvalido de la creación.         Todo lo tiene que aprender; y no precisamente en fuer­za de una inspiración interior, sino que son los otros quienes se lo tienen que enseñar: primero, a andar; lue­go, a hablar; más tarde, a pensar y educarse.
            Aprende, en suma, a utilizar la inteligencia, en lugar del instinto; con la particularidad de que el instinto funciona espontáneamente, casi mecánicamente; y, en cambio, el uso de la inteligencia presupone riesgos, porque obliga al hombre a realizar un complejo proce­so de análisis, comparación, exclusión, opción..., todo lo cual involucra grandes incertidumbres e imprede­cibles emergencias. Y por este camino le llega al hombre un desabrido visitante, que, como sombra, nunca más se apartará de su lado: la ansiedad.

* * *

            El aprendizaje del arte de vivir no se termina cuando el hombre alcanza su mayoría de edad, o al conseguir un diploma universitario para ejercer una profesión y ser autónomo. Porque vivir no consiste en ganarse el sustento cotidiano o en formar un hogar. ¿Qué consi­gue el hombre con haber asegurado una sólida situación económica o con haber educado una hermosa familia, si su corazón sigue agonizando en una tristeza mortal?
            Vivir es el arte de ser feliz; y ser feliz es liberarse, en mayor o menor grado, de aquella ansiedad que, de todas formas, seguirá porfiadamente los pasos humanos hasta la frontera final.
    El arte de vivir consistirá, pues, en una progresiva superación del sufrimiento humano, y, por este cami­no, en una paulatina conquista de la tranquilidad de la mente, la serenidad de los nervios y la paz del alma.
            Pero no se crea que esta felicidad la puede alcanzar el hombre como por arte de magia o como un regalo de Navidad. Si para obtener un título universitario o montar una próspera empresa el hombre ha necesitado largos años de esfuerzo, trabajando día y noche, con férrea disciplina, metodología y, sobre todo, con una tenacidad a toda prueba y por momentos heroica, que nadie sueñe con doblarle la mano a la ansiedad o en ganar la batalla del sufrimiento, llegando así a aquel anhelado descanso de la mente, con un trabajo esporá­dico y superficial.
            Cuando decimos paciencia, queremos significar es­fuerzo, orden y dedicación en la práctica de los ejerci­cios de autocontrol, relajación, meditación..., que más tarde presentaremos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario