miércoles, 17 de octubre de 2012

La maldición de la mente - IV


La razón le dicta una cosa, y la emoción otra. Desea mucho, y puede muy poco. Lucha por agradar a todos, y no lo consigue. Busca la armonía consigo mismo y con los demás, y, sin embargo, siempre está en tensión.           Experimenta sensaciones desabridas, como la ansiedad, la depresión, la dispersión..., y no dispone de armas para ahuyentarlas.

    Su mente es, con frecuencia, una prisión en la que se siente atrapado; y no puede prescindir de ella aunque quisiera, ni salir de esa prisión. Y así, a veces, una nube de obsesiones le obliga a dar vueltas y más vuel­tas, como una mariposa, en torno a una alucinación obsesiva, sin conseguir evadirse.
En suma, concluiremos con E. Fromm, que “la mente humana es la bendición y la maldición del hom­bre”. Es verdad que la Historia está lanzando sin cesar desafíos al hombre: cómo acabar con las guerras, supe­rar el hambre, la enfermedad, la pobreza... Pero, por encima de todas las altas tareas que la Historia pueda encomendar al hombre, su quehacer fundamental y transhistórico es y será siempre: qué hacer y cómo ha­cer para llegar a ser dueño de su propia mente, de sí mismo. Dicho de otra manera: qué hacer para que la mente sólo sea fuente de toda bendición

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