miércoles, 31 de octubre de 2012

El fracaso - II


Como hemos dicho, el “pecado” consiste en estable­cer una atadura adhesiva y afectiva entre tu corazón y el resultado de aquel proyecto, lo que equivaldría a apropiarse un resultado imaginario y supuestamente alto.
            Corres un riesgo, que consiste —reiteramos— no en que el supuesto resultado sea brillante, sino en habértelo apropiado antes de que se produjera; se trataba, pues, además, de una ilusión. A causa de esta apropia­ción, si el resultado es inferior a lo imaginado, vas a tener la impresión de que ha habido un robo, de que se te ha hurtado algo que ya considerabas como propio en tu imaginación. El mal estaba en la apropiación.
    Y cuando una propiedad la sentimos amenazada, surge el temor, que no es otra cosa sino la liberación de energías defensivo-agresivas, desencadenadas para defender la propiedad amenazada. En nuestro caso, a este temor lo llamamos preocupación.
            Y la preocupación por los resultados va ensombre­ciendo la vida y quemando gran parte de las energías psíquicas.
            No es posible dormir bien cuando uno se siente ator­mentado por el aguijón del ¿qué será? Quien está agobiado por alguna preocupación tampoco se alimenta debidamente; y las tensiones impiden, asimismo, el buen funcionamiento del sistema digestivo, y especial­mente de los intestinos. Cualquier persona que se encuentre en esta situación irá descendiendo cada vez más por la pendiente de la inseguridad, y acabará siendo dominada por toda clase de complejos. La preocu­pación por los resultados es, pues, la raíz de innumera­bles daños.

* * *

            ¿Qué hacer, pues? Una vez agotados todos los recur­sos y que se acabó el combate y todo está consumado, el sentido común y la sabiduría más elemental de la vida nos confirman que es insensatez perder el tiempo en lamentaciones, dándose de cabeza contra el muro indestructible de un hecho consumado. Relega los resultados al rincón del olvido y quédate en paz; una paz que brotará justamente cuando te hayas desasido de los resultados.
            En último término, ¿de qué o de quién dependen los resultados? De una cadena absolutamente imponderable de causalidades, que, ciertamente, se halla muy le­jos de mi alcance: cuántas veces mi libertad y la de los demás están notablemente condicionadas, al menos en ciertas zonas de nuestra personalidad; también influyen los estados de ánimo, los factores climáticos o bioló­gicos, la rivalidad de los demás, o simplemente otras eventualidades imprevisibles.
    Si los resultados no dependen de ti, es locura pasar días y noches alucinado por la obsesión del fracaso. ¡ Basta de humillarse! ¿Avergonzarse? De nada. Y no permitas que los complejos llamen a tu puerta. Suelta las ataduras que te ligaban emocional y adhesivamente a los resultados, y quédate en paz con la satisfacción de haber hecho lo que estaba en tus manos, aceptando la realidad tal como es; ocupado, sí; pero nunca preocupado.
            He aquí, pues, el secreto para el combate de la vida:  engarzar en un mismo haz estas dos dispares energías:
pasión y paz.

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