lunes, 22 de octubre de 2012

Despertar - II


Los fantasmas narcisistas pueblan su alma de ansie­dades, y no se dan cuenta de que todo es materia subjetiva, de que están dormidos. De tanto dar vueltas a sucesos infelices, acaban magnificándolos, y no se dan cuenta de que están soñando. Les sucede lo mismo que a las bolas de nieve: cuantas más vueltas dan, más grandes se hacen.
            De pronto, se sienten atenazados por el terror, sin caer en la cuenta de que sólo se trata de una manía persecutoria, una alucinación que inventa y dibuja sombras siniestras, cuando, en realidad, nada de eso existe; están dormidos. Hechos intrascendentes los transforman en dramas, y peripecias ridículas las revis­ten con ropajes de tragedia. Están dormidos.

            No quiero decir que todo esto suceda a la mayoría de las personas en este tono y con este colorido. También hay muchos sujetos verdaderamente objetivos, por su­puesto. Sin embargo, el trato con numerosas personas, a lo largo de no pocos años, me ha enseñado que la proyección subjetiva es, si bien en grados y momentos diferentes, un hecho mucho más generalizado de lo que se cree.
            De todos modos, en el presente caso me estoy refi­riendo en particular a quienes tienen tendencias subjetivas, aunque no necesariamente en un grado elevado: los tipos aprensivos, obsesivos, acomplejados, pesimis­tas... Y no se trata de neurosis, sino de personas con inclinaciones subjetivas. Al exterior, su comportamien­to no se diferencia del de los demás; pero interiormen­te no viven, agonizan.

* * *

            Es preciso despertar. Y despertar es salvarse; es eco­nomizar altas cuotas de sufrimiento.
            ¿Qué es, pues, despertar? Es el arte de ver la natura­leza de las cosas, en uno mismo y en los demás, con objetividad, y no a través del prisma de mis deseos y temores.
            Despertar es tomar conciencia de tus posibilidades e imposibilidades. Las posibilidades, para abordarlas, y las imposibilidades, para dejarlas de lado; darte cuenta de si un determinado hecho tiene remedio o no; si lo tiene, para encontrarle solución; si no lo tiene, para ol­vidarlo; tomar conciencia de que los hechos consuma­dos, consumados están, y es inútil darse de cabeza con­tra ellos.
            Despertar es darte a ti mismo un toque de atención para caer en la cuenta de que te estás torturando con pesadillas que son pura fantasía, de que lo que te es­panta no es real; darte cuenta de que estás exagerando, sobredimensionando cosas insignificantes, y que las su­posiciones de tu cabeza las estás revistiendo con visos de veracidad.
    No te das cuenta de que tus aprensiones son sueños malditos, y nada más; y tus temores, puras quimeras. ¿Por qué tomarlas en consideración? Déjalas a un lado, porque son meros abortos de tu mente. Saber que los sueños, sueños son; saber dónde comienza la ilusión y dónde la realidad. Saber que todo pasará, que aquí no queda nada, que todo es transitorio, precario, efímero. Que las penas suceden a las alegrías, y las alegrías, a las penas; saber que aquí abajo nada hay absoluto; que todo es relativo, y lo relativo no tiene importancia o tiene una importancia relativa.
Despertar, en suma, es saber que estabas durmiendo.

            Basta despertar, y se deja de sufrir. A media noche, el mundo está cubierto de tinieblas. Amaneces, y... ¿dónde se escondieron las tinieblas? No se escondieron en ninguna parte. Sencillamente, no eran nada. Y al salir la luz se ha comprobado que eran nada.
            De la misma manera, cuando tú estabas dormido, tu mente estaba poblada de sombras y tristeza. Amanece (despiertas), y ahora ves que tus temores y tristezas eran nada. Y al despertar se esfuma el sufrimiento, como se esfumaron las tinieblas al amanecer.
            Basta despertar, y se deja de sufrir.
            Siempre que te sorprendas a ti mismo, en cualquier momento del día o de la noche, agobiado por la angus­tia o el temor, piensa que estás dormido o soñando; haz una nueva y correcta evaluación de los hechos, rectifica tus juicios, y verás que estabas exagerando, presupo­niendo, imaginando. Dedícate asiduamente al ejercicio de despertar. Siempre que te encuentres turbado, le­vanta la cabeza y sacúdela; abre los ojos y despierta. Muchas tinieblas de tu mente desaparecerán, y grandes dosis de sufrimiento se esfumarán. Verás.
            Este es el segundo ángel en el camino: despertar. A lo largo de los capítulos siguientes, frecuentemente haremos resonar este clarín: ¡despierta!

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