domingo, 21 de octubre de 2012

Despertar - I


Despertar es el primer acto de salvación.
    La conciencia es como una minúscula isla, de pocos kilómetros cuadrados, situada en medio de un océano de profundidades insondables y horizontes casi infini­tos. Este océano se llama el subconsciente.
    A la vista nada se advierte. Todo está en calma. Pero en lo profundo todo es movimiento y amenaza. Hay volcanes dormidos que, de pronto, pueden entrar en erupción, energías ocultas que guardan retenida el alma de un huracán, fuerzas propulsoras que encierran gérmenes de vida o de muerte.
            El hombre, por lo general, es un sonámbulo que ca­mina, se mueve, actúa, pero está dormido. Se inclina en una dirección, y con frecuencia no sabe por qué. Irrumpe aquí, grita allá; ahora corre, más tarde se de­tiene; acoge a éste, rechaza a aquél, llora, ríe, canta; ahora triste, después contento: son, generalmente, ac­tos reflejos y no plenamente conscientes. A veces, da la impresión de ser un títere movido por hilos misteriosos e invisibles.
            Es el mar profundo del hombre, el lado irracional y desconocido que, mediante mecanismos que parecerían sortilegios, lo van llevando en direcciones inesperadas y, en ocasiones, por rumbos disparatados. ¿Qué se hizo de la brújula? ¿Funciona todavía la libertad? Cuántas veces el hombre no entiende nada. Y sufre.

* * *

            Sufre porque está dormido. No se da cuenta de que, como lo diremos tantas veces, el sufrimiento humano es puramente subjetivo. La mente es capaz de dar a luz fantasmas alucinantes, que luego atormentarán sin piedad a quien los engendró. Los miedos son, general­mente, sombras fantásticas, sin fundamento ni base en la realidad. El hombre está dormido.
            Y dormir significa estar fuera de la objetividad. Dor­mir es sacar las cosas de su dimensión exacta. Es exagerar los perfiles negativos de los acontecimientos-personas-cosas. Dormir es proyectar mundos subjetivos sobre los sucesos exteriores. Las inseguridades y temo­res son, por lo general, hijos de una obsesión.
            El miedo —insisto— engendra y distingue fantasmas por todas partes: éste no me quiere, aquél está en contra de mí, ese proyecto está destinado a fracasar, todos se han conjurado contra mí, están tramando desplazarme del cargo, aquellos otros me han retirado su confianza aquélla ya no me mira bien, aquella otra no me saluda como antes, ¿qué le habrán contado acerca de mí?; la de más allá se muestra ahora fría y distante conmigo, ¿qué habrá pasado?... Y todo no es sino un engaño, o, al menos, una espantosa magnificación o mucha suposi­ción. No hay nada de eso, o muy poco. Está dormido. Muchas personas viven estos sustos y alucinaciones en pleno día, con el mismo realismo con que se viven las pesadillas a media noche

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