viernes, 3 de agosto de 2012

KATHY LEE ENTRA EN ESCENA


Una vez terminada la conferencia en Brisbane, Australia, salgo del auditorio para firmar los ejemplares del libro. Como es un bello atardecer, los organizadores colocaron la mesa de autógrafos en la parte de afuera de donde se encuentra ubicada la biblioteca.
Las personas se aproximan, conversan, y -aún estando tan lejos de casa- no me siento un extranjero: mis libros llegaron antes que yo, mostraron mis emociones y sentimientos.
De repente, una joven de veintidós años se aproxima, se adelanta en la fila de autógrafos y me encara:
- Llegué tarde a la conferencia -dice. - Pero me gustaría decirle algunas cosas importantes.
- Va a ser imposible -le respondo. - Debo quedarme firmando libros más de una hora, y después tengo una comida.
- No va a ser imposible -me responde. Mi nombre es Kerry Lee Olditch. Lo que tengo que decirle puedo hacerlo aquí y ahora, mientras usted firma.
Y antes que pueda yo reaccionar, saca de su mochila un violín, y comienza a tocar.
Yo continúo firmando durante más de una hora, al son de la música de Kerry Lee. Las personas no se van -se quedan para asistir a ese concierto inesperado, a contemplar la puesta del sol, entendiendo lo que ella quiere decirme, y que estaba siendo dicho.
Cuando termino, ella deja de tocar. No hay aplausos, nada -apenas un silencio casi palpable.
- Muchas gracias -digo yo.
- Todo en esta vida es cuestión de dividir almas -responde Kerry Lee.
Y así como llegó, se fue.

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