lunes, 13 de agosto de 2012

Demorarse en la toma de decisiones traería mejores resultados.



La mayoría de los seguidores del deporte blanco cree que en partidos como la final del torneo de Wimbledon gana quien responde más pronto. Sin embargo, estudios recientes demuestran que lo cierto es lo contrario. Así fue el año pasado, en la final entre Novak Djokovic y Rafael Nadal. Según investigadores especializados en deportes de gran velocidad, el serbio ganó pues su secreto es que espera milésimas de segundos más que su oponente para contestar.

Las cuentas son así. El servicio del contrincante se acerca a 160 kilómetros por hora, lo que significa que Djokovic tiene entre 400 y 500 milésimas de segundo desde que la bola sale hasta que llega a su raqueta. Lo primero que hace es contraer los músculos y moverse al punto donde debe ejecutar el golpe. Esto sucede casi de manera instantánea, en 100 milésimas de segundo, por lo cual le queda tiempo de sobra. No obstante, el tenista no se impacienta por contestar, sino que espera, analiza la información sobre la velocidad y trayectoria de la bola y, con base en eso, decide, se prepara y golpea.

“Djokovic gana porque sabe procrastinar (diferir o aplazar) a la velocidad de la luz”, dice Frank Partnoy, profesor de Finanzas y Leyes de la Universidad de San Diego, California, y autor del libro Wait, the art and science of delay (Esperar, el arte y la ciencia de demorarse), que acaba de aparecer en librerías de Estados Unidos. Según él, administrar esa pausa, como hace el tenista, funciona con éxito en todos los aspectos de la vida cotidiana.

Todo depende del tiempo que exija el reto. Por eso lo primero que se debe preguntar es cuánto tiempo tomará hacerlo y que plazo hay para cumplir la tarea. Lo segundo es demorar la respuesta hasta el último momento. Si se tiene solo una hora, hay que esperar hasta el minuto 59; si se tiene un año, hay que tomarse, sin remordimiento, 364 días; si solo se tiene un segundo, la mejor decisión se da cuando queden unas milésimas de segundo.

Partnoy entrevistó a más de 100 expertos en diferentes campos y revisó cientos de estudios que muestran los beneficios de aplazar. Los seres humanos, dice, tienden a actuar impulsivamente y esto se ha marcado aún más con Internet, un medio en donde fluye información a mayor velocidad que antes. “Hay señales de que la gente decide mal porque actúa muy pronto. La evidencia científica sugiere que la gente está mejor, tiene más éxito y está más feliz si demora sus decisiones”, dice el autor.

El libro ha generado gran curiosidad porque va en contravía del lema “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”. Pero actuar rápido, basado en la intuición, puede ser catastrófico, y el autor da ejemplos de hechos reales para probarlo. El más trágico es el del capitán del barco USS Vincennes, quien en 1988 ordenó derribar un avión en pleno vuelo con 290 personas a bordo porque creía que se trataba de un bombardero iraní. También está el caso de Lehman Brothers, cuyos directivos, en 2005, acogieron la teoría de Malcolm Gladwell, autor de Blink, un libro en el que se asegura que los dos primeros segundos son suficientes para tomar una buena decisión. “Con base en esta idea se tomaron las peores decisiones en la historia de los mercados financieros”,dice Partnoy.
Y es que, además del tenis, manejar un tiempo de espera es beneficioso en las finanzas. Partnoy expone el caso del millonario Warren Buffett, cuyo lema es “hacer poco y lo más tarde posible”. Esta idea también aplica en el fútbol, pues está comprobado que el método más efectivo para tapar un tiro penal es que el portero se quede quieto hasta el último momento.
En una sala de emergencias, aunque parezca inverosímil, hay campo para aplazar. “El cirujano tiene que tomar decisiones relativamente rápidas, pero toda la demora que pueda darse en ese lapso es buena”, dice. En hospitales donde han adoptado esperar un minuto en ciertos procedimientos se ha visto una reducción de muerte del 50%, según el autor.
Darse un tiempo ayuda a tomar decisiones más objetivas debido a que las personas tienen sesgos. En un estudio publicado en el Journal of Internal Medicine, en 2007, se encontró que algunos médicos eran proclives a prescribir tratamientos menos agresivos a pacientes afroamericanos. “Muchos no se consideraban racistas, pero las decisiones que tomaron impulsivamente los llevó a tratar a algunos de manera diferente”. En cambio, los que analizaron la situación y descifraron que el estudio podría estar enfocado en determinar si ellos tenían prejuicios raciales, trataron a todos sus pacientes de igual forma. Algo parecido sucede en los sitios web para conocer pareja, donde la gente rechaza posibles candidatos con solo ver su foto. Partnoy da el ejemplo de It’s just lunch, un portal que aconseja a sus clientes evitar las decisiones rápidas y, a cambio, sugiere salir a almorzar con sus potenciales parejas antes de descalificarlas o aprobarlas.

Demorarse ayuda en asuntos personales como pedir perdón. A la gente se le educa para excusarse inmediatamente después de una falta, y eso funciona si se trata de una situación menor. Pero los estudios científicos señalan que en temas más graves, como una infidelidad, las excusas son más efectivas si se espera, pues “hay que darle tiempo al ofendido de procesar la información sobre lo que pasó”.

Todo el mundo procrastina porque siempre habrá cosas para hacer que pueden aplazar. Pero mientras para los griegos esta práctica era bien vista, hoy todos se sienten culpables al aplicarla. Partnoy explica que postergar se empezó a ver mal en 1970, cuando Peter Drucker y otros expertos en administración reforzaron la importancia de hacer las cosas ahora para ser más eficientes.

Sin embargo, Partnoy ha encontrado que hacerlo es bueno cuando el tiempo de tardanza se administra bien. En el ejemplo del estudiante que espera al último minuto para hacer un trabajo, la clave es entender cuán rápido puede hacerlo. “Si le toma cuatro días, empezar a estudiar dos días antes de la entrega es esperar demasiado”, explica.
La sicología diferencia entre procrastinación pasiva, que implica no hacer nada, y la activa, cuando alguien deja de hacer algo para ocuparse de un asunto prioritario. “La pregunta no es si estamos procrastinando, sino si lo estamos haciendo bien. No todos los emails requieren de una respuesta inmediata, no todos los clósets se deben limpiar todos los días”, dice. Y una manera de saberlo es preguntarse si los beneficios de postergar una tarea son mayores que sus costos. Partnoy, quien como buen académico se considera un procrastinador, recuerda que su mamá un día le pidió que arreglara su cama antes de irse para el colegio, porque alguien iba a venir a las seis de la tarde y no quería que su cuarto estuviera en desorden. Como sabía que le tomaría un minuto hacerla, Partnoy esperó a que fueran las 5 y 59 para ocuparse del asunto.

John Perry, un profesor de Filosofía de Stanford University, quien en 1996 estableció el concepto de procrastinación estructurada, cree que quienes la ejercen postergan actividades porque no tienen motivación suficiente para hacerlas. Para evitar eso sugiere hacer una lista encabezada por cosas importantes, que seguramente no querrá hacer y postergará, seguidas de otras no tan importantes que también debe hacer. Los procrastinadores cometen el error de minimizar sus obligaciones, pues creen que si tienen pocas cosas que hacer, se ocuparán de lo importante. En la práctica terminan de brazos cruzados.

El libro de Partnoy no pretende ese tipo de inactividad, sino ayudar a que la gente no se sienta mal por procrastinar, a tomarse una pausa, a contemplar toda la escena, antes de actuar. Pues, como decía Mark Twain, no tiene sentido “dejar para mañana lo que se puede hacer pasado mañana”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario