domingo, 11 de diciembre de 2011

Comiendo con Dios

Un niño quería conocer a Dios. Sabía que tendría que hacer un largo viaje para llegar donde Él, así que empacó en su maleta, pastelitos de chocolate, refrescos de fruta y salió de casa.
Cuando había caminado más o menos unas tres cuadras, se encontró con una anciana. Ella estaba sentada en el parque, sola, contemplando algunas palomas que picoteaban migajas de pan que ella les arrojaba.
El niño se sentó junto a ella y abrió su maleta. Estaba a punto de beber de uno de sus refrescos cuando notó que la anciana parecía hambrienta, así que le ofreció uno de sus pastelitos. Ella agradecida aceptó y le sonrió. Su sonrisa era muy bella, tanto que el niño quería verla de nuevo, así que le ofreció un refresco. De nuevo ella le sonrió. El niño se quedó toda la tarde junto con ella comiendo y sonriendo, pero ninguno de los dos se dijo nunca una sola palabra.
Antes de que oscurezca, el niño se levantó para irse, dio unos pasos y se detuvo, retrocedió, miró a la anciana y la abrazó.
Cuando el niño llegó a su casa, su madre quedó sorprendida por su cara de felicidad. Le preguntó: ¿qué hiciste hoy que te hizo tan feliz?. El contestó “¡Hoy almorcé con Dios!”... Y añadió: “Y ¿sabes qué? ¡Tiene la sonrisa más hermosa que he visto!”.
La anciana también radiante de felicidad, regresó a su casa y su hijo sorprendido por la expresión de paz que traía en su cara. Le preguntó: “Mamá, ¿qué hiciste hoy que te ha puesto tan feliz?” La anciana contestó: “¡Comí pastelitos de chocolate con Dios en el parque!”... Y añadió: “Y ¿sabes? ¡Es más joven de lo que pensaba!”

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