viernes, 21 de octubre de 2011

Fobia social la que más padecemos

Sus padres no estaban enterados de que intentó suicidarse dos veces. O quizá tres. Su caso llegó a tiempo a manos del sicólogo José Ernesto Vargas. A sus 14 años, Beto (nombre supuesto) siente un temor irracional a relacionarse con otras personas. El trastorno emocional que sufre es intenso, totalmente desproporcionado cuando se encuentra frente a otras personas. Beto padece la más incapacitante de las casi 250 clases de fobia conocidas. Hay miedo a las arañas, a los perros, a las alturas y a casi todo lo imaginable, pero la fobia social es como un monstruo silencioso que invade toda la personalidad. Sin contar a la panfobia, que es el miedo a todo, la fobia social es la más incapacitante de todas.


Cada mañana, ante el sencillo reto de ir a la escuela, el temor extremo de Beto le provoca pánico y náuseas. Se siente incapaz de saludar a sus compañeros o de reaccionar a sus bromas. Su autoestima está hecha un guiñapo. Se cree feo. Sufre un cuadro de ansiedad y angustia. La ansiedad lo mantiene pensando en nada, nervioso, como flotando envuelto en una nube negra; la angustia es una opresión en el pecho. “Siempre en el pecho”, explica el sicoanalista. Tiembla, tartamudea y sufre de taquicardia.


Al volver a su casa, desgastado y sin un atisbo de solución, cree que su única salida es eliminarse. Se ha cansado de la computadora y de revisar sitios web con algunos juegos. La música ya no es suficiente.

LOS ORÍGENES
Según José Ernesto Vargas, son dos las causas de la fobia social. Tienen un rasgo hereditario en pequeño porcentaje, pero es el entorno familiar el que puede favorecer su aparición. En el caso de Beto, fue la figura paterna la que lo llevó a esa situación. Desde su niñez, el padre no lo convirtió en un protagonista. No lo hizo sentir seguro. Esa actitud se explicaba porque el padre tenía un complejo de inferioridad. Era un hombre poco sociable. La timidez de Beto era un pasto que ardió con la personalidad del padre.


Alguien sugirió que Beto sea tratado con sicoterapia. Felizmente, sus padres escucharon el consejo y empezaron las sesiones. Las preguntas del profesional eran siempre respondidas con monosílabos. Al fin y al cabo, el sicólogo es un extraño. Poco a poco, la conversación avanza. Beto no llegó a contar explícitamente acerca de sus intentos de suicidio, pero empezó a abrirse a las técnicas que empleaba el terapeuta. Poco a poco, empezó a descongelar el sufrimiento que tenía guardado desde hace años. En la quinta sesión estalló en llanto y empezó a formarse lo que se llama una alianza terapéutica, que no es otra cosa que la empatía entre paciente y sicólogo. Esa empatía es la que siempre le faltó en su vida.


A partir de ese momento, fue posible plantear algunos ejercicios para ayudarlo a superar su fobia. Vargas le sugiere pequeñas estrategias. “Vas a saludar a un amigo al llegar al colegio”, le pide; “vas a salir al recreo y te vas a quedar cinco minutos en un grupito”. Con esas pequeñas tareas, Beto ha empezado a superar su miedo extremo. Estuvo a punto de usar ansiolíticos, que, en ocasiones, son necesarios. Alcira Schlusselberg es siquiatra, por lo tanto tiene la potestad de prescribir algunos ansiolíticos. En la clínica de salud mental Monte Sinaí, donde trabaja, siempre se acompaña la terapia sicológica con el tratamiento siquiátrico si es necesario. Es previsible que Vargas prefiera encontrar la raíz del problema y superarlo, puesto que ve a los ansiolíticos “como un calmante”. Cita a un siquiatra que conoció en un reciente congreso en Buenos Aires: “La psiquiatría ayuda con un 30% del problema; en cambio la psicología lo resuelve en 70%”.

FRECUENTE EN BOLIVIA
A punto de marcharse a Australia a un posdoctorado, el siquiatra Guillermo Ribera considera que en Bolivia este tipo de fobia es muy frecuente. “Los bolivianos somos tímidos si nos comparamos con nuestros vecinos ,como los argentinos, brasileños o hasta los peruanos. En general el boliviano es considerado como un sujeto reservado y que no siempre dice esta boca es mía”. Varios de sus pacientes lo consultaron cuando se percataron de que no podían formar una pareja. Tenían tanta timidez y tanta fobia a tratar íntimamente que se dieron cuenta de que debían pedir ayuda. Y entre las pacientas había mujeres muy hermosas. Urgentemente necesitaban ver la realidad desde otro ángulo. Eso es lo que hace la terapia cognitiva.
Ese procedimiento puede evitar un problema que viene asociado a esta fobia. Es el alcoholismo. Cuando estas personas ven que al tomar alcohol desaparece la timidez, comienzan a consumirlo. Luego necesitan más y se crean dos problemas. El abordaje, en este punto, debe hacerse con fármacos. Después de 16 sesiones profesionales se forman grupos de terapia que son como un laboratorio para probar las nuevas habilidades. Ahí preguntan abiertamente qué piensan los demás de él, o si lo consideran ‘poca cosa’.
“Ahí llegan a la conclusión de que la mayoría de las ideas que tienen respecto al contacto social son falsas. Sus nuevas habilidades les permiten tener una vida plena”, comenta Ribera.

BASTA UNA PERSONA
A veces, la fobia social se desarrolla en un ambiente específico. Fue el caso que vio la terapeuta Janeth Llanos. Alfredito (nombre supuesto) pasó por todos los médicos antes de ir con Llanos. Sus síntomas eran fiebre, infecciones y dolor de estómago.
Todo empezó cuando la maestra le dijo que él era el ‘peor castigo’ de su kínder. Ni bien llegaba a la puerta, empezaba a sudar y sentía dolores. La sicóloga tuvo que ir hasta el lugar para analizar si no era un simple capricho infantil. No lo era. El pequeño, de cinco años, tenía una fobia a la maestra. “Fue discriminado por ella. Todo el tiempo lo consideraba un niño problema. Sí tenía un problema de conducta, pero llegó a tener tanto miedo que se pasaba todo el tiempo sin participar”. Su problema de conducta era fácilmente superable. Se debía, en parte, a que era hijo único de un padre que, a su vez, era hijo único. Obviamente, era también el único nieto para sus abuelos paternos.
El caso empezó a aclararse cuando llegó una maestra remplazante, y Alfredito cambió. Se mostró participativo. Cuando regresó la maestra antigua, comenzó con dolor en una pierna, problemas gástricos y una infección intestinal. Los médicos tuvieron que internarlo por los problemas en la pierna. Las radiografías y hasta otros estudios complicados no mostraban nada mal. Estuvo internado tres veces por otros problemas médicos.
Llanos pidió que se evalúe el caso con una maestra agradable y accesible, puesto que las maneras y el estilo de enseñanza de la titular eran anticuados: gritos, palabras desagradables y maltrato. Cinco meses después de la terapia, su autoestima ha mejorado y acude de vez en cuando a visitar a su terapeuta, con la que siempre juega.

EL CUARTO OSCURO Y LA CAJA BOBA
La siquiatra infantil y de adolescentes María Eugenia López, que enseña en la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca, tuvo que atender varias solicitudes escritas de alumnos que no podían hablar en sus disertaciones. Dos de ellos están asistiendo a una consulta. No es raro que dificultades de este tipo tengan origen en algunos encierros que algunos adultos (padres o cuidadores) obligan a los niños. El encierro está acompañado frecuentemente de amenazas. En la edad adulta pueden surgir ansiedades y fobias que requieren de tratamiento. “Los medicamentos son lo último que se intenta. Se usan durante tres a seis meses, siempre con sicoterapia”, insiste López.


Ingrid Saavedra asegura que la fobia social es más frecuente en mujeres. Ha atendido a personas que entran en pánico cuando deben ingresar a un banco o conversar con amigas. También usa terapia cognitiva conductual para ayudar a reinterpretar la realidad. Se incluye relajación y lo que se llama ‘confrontación con la situación temida’. Griselda es un caso extremo. Sufrió un abuso sexual en la niñez y en la adolescencia no pudo adaptarse con sus compañeros, que la maltrataron sicológicamente. Salió del país, pero tampoco pudo encajar en ningún lado. “Se sentía sucia, pensaba que olía mal y que las personas hacían gestos ante su presencia”, cuenta la terapeuta. No ha podido terminar una carrera, pero ha empezado a confrontar el profundo trauma de su infancia, que es el más fuerte. Aunque ha empezado a tener amigas y se ha inscrito en una universidad, aún no tiene pareja. “No puede vincularse por la renuencia hacia el otro. Tiene tendencia a la depresión y ha pensado en el suicidio. También estoy trabajando con la familia, porque estos casos necesitan de mucho apoyo”, comenta Saavedra.


Estelita, de cinco años, tiene miedo a la contaminación y a enfermar de cáncer. El detonante fue un documental de televisión que vio a los cuatro años. En él se contaba cómo la contaminación fue una de las causas del cáncer de una persona. Desde ese día empezó a tener miedo de comer cualquier cosa. Se preocupaba de que estuviera mal manipulada y se lavaba las manos constantemente. ¡Cuatro años! Todos los días, si estornudaba o tosía levemente, preguntaba a su mamá si ya estaba enferma con cáncer. En una siguiente fase, empezó a pedir que la madre no se separase de ella. Dejó de dormir y despertaba para preguntar si estaba enferma o contaminada. Lloraba constantemente y no dejaba que nadie se le acerque. La terapia era inevitable.


Solo en la cuarta sesión Estelita aceptó que alguien esté cerca de ella. También aceptó quedarse a solas con Janeth Llanos, su terapeuta. Lo que hacían era jugar. Con muñecos y muñecas se recreaba la situación. Así pudo trabajar en la noción de ciencia ficción de algunos programas televisivos. Al final fue integrada a un jardín de niños para poder facilitar su relacionamiento.
El juego es la manera de abordar la terapia con un niño. Hora de juego diagnóstica es el nombre de este procedimiento. En el caso de Estelita, jugó a su favor el hecho de que tuviera un coeficiente intelectual que correspondía a una niña de siete años. No muchos adultos tienen la fortuna de buscar ayuda a tiempo. Muchos optan por convivir con las fobias específicas como el miedo a las alturas o el miedo a los espacios abiertos. Como cuenta Llanos, algunos no pasan por la consulta sicológica.
Algunas fobias están ligadas a los trastornos obsesivo-compulsivos, es decir, son rasgos de otro cuadro. La agorafobia o miedo a los espacios abiertos, por ejemplo, puede ser una manifestación de la fobia social. Lo mismo ocurre con la ansiedad y la angustia. Todas pueden ser tratadas a veces en pocas sesiones.

DEL CONSULTORIO LOCAL

- Tiene 39 años y se desmaya cuando ve la fotografía de una serpiente. Se desvanece ni bien ve la revista con la foto dentro. La terapia consiste en una aproximación progresiva. Primero, tocará otra revista; luego, la de la serpiente, sin ver la foto. Finalmente, llegará a tocar la fotografía y una serpiente de goma. El origen de la fobia: cuando era niña pasó al lado de una serpiente y tuvo que pisarla. Permaneció con el pie en el reptil hasta que alguien vino a matarlo.

- Tiene 72 años y cuando entra a un río o a una piscina tiene que salir inmediatamente. Siente que se está cayendo de espaldas. No ha empezado ninguna terapia, pero recuerda que de niña, cerca de Yotala, estuvo a punto de ahogarse. La salvó su cuñado, sacándola de los cabellos. Desde entonces tiene fobia a las acumulaciones de agua.

- Cuando llueve tiembla de pánico. Tiene 12 años. No recuerda cuándo empezó a tener ese problema. Quizá fue en un día de fuertes truenos. Ha empezado el tratamiento hace tres semanas. Su ansiedad es tan acentuada que es necesario utilizar una medicación. En niños se utilizan dosis de ansiolíticos muy suaves.

- Tiene 13 años y cada vez que menstrúa se desmaya. Cuando debe cambiar la toallita higiénica, vuelve a perder el conocimiento. Se llama hemofobia. El origen fue un accidente en el que vio mucha sangre. Superó el accidente pero quedó la fobia. En estos casos puede utilizarse una relajación profunda.

- Guillermo Ribera utiliza un software que simula el despegue de un avión y el ambiente de un aeropuerto para curar la fobia a volar. Se requieren diez sesiones y luego unas cuatro más pero muy espaciadas. Todos logran luego disfrutar de los vuelos.

- Un paciente evitaba el contacto con otros hombres porque tenía miedo de volverse homosexual. Es un trastorno obsesivo compulsivo que puede desencadenar una homofobia. El trastorno obsesivo consiste en angustiarse por pensamientos o imágenes en las que el paciente se ve haciendo daño a otros.

- Según la Organización Mundial de la Salud, el 25% de la población padece fobias específicas y un 13% sufre de fobia social.

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