viernes, 25 de marzo de 2011

Cuando yo tenía 13 años, mi familia se había mudado al sur de California del Norte

Cuando yo tenía 13 años, mi familia se había mudado al sur de California del Norte. La adolescencia me había golpeado bien fuerte.
Me mostraba enojado y rebelde, y prestaba muy poca atención a lo que decían mis padres, en especial si se refería a mí.
Como tantos adolescentes luchaba por evadir todo aquello que no concordaba con la imagen que tenía del mundo.
Al creerme un joven brillante ‘no necesitaba consejos’.
Rechazaba toda manifestación de cariño, de hecho me enojaba al escuchar la palabra amor.
Una noche, después de un día especialmente difícil, me encerré enojado en mi habitación y me fui a la cama.
Mientras yacía en la intimidad de mi dormitorio, mis manos se deslizaron debajo de la almohada. Encontré un sobre que decía: “Para leer a solas”. Puesto que estaba a solas nadie sabría si lo leería o no.
Así que lo abrí. Decía: “Mike sé que tu vida es difícil ahora, sé que te sientes frustrado y que no siempre hacemos las cosas bien. También sé que te amo con toda el alma y que nada de lo que digas o hagas podrá cambiar eso. Estaré siempre contigo y te quiero. Éso nunca cambiará”. Con amor, mamá. Ésa fue la primera de varias cartas para leer a solas. Nunca las mencionaron hasta que fui adulto.
Hoy en día viajo por todo el mundo ayudando a la gente. Al final de un día que me en encontraba en Sarasota, Florida, dando un seminario, una dama se acercó para confiarme los problemas que tenía con su hijo. Caminamos por la playa y le conté sobre del eterno amor de mi madre y de las cartas Para leer a solas.
Varias semanas después recibí una tarjeta en la que me decía que le había escrito su primera carta a su hijo.
Aquella noche, cuando me fui a la cama, puse mis manos debajo de la almohada y recordé el alivio que sentía cada vez que recibía una carta. Justo antes de quedarme dormido, agradecía a Dios que mi madre supiera lo que yo, un adolescente rebelde, necesitaba.
Hoy, cuando hay tempestades en los mares de la vida, tengo la certeza de que bajo mi almohada existirá siempre aquel testimonio de que el amor constante, perdurable e incondicional, transforma la vida.

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